Los padres solemos
adjudicarnos continuamente rasgos positivos de la personalidad de
nuestros hijos y, muy a nuestro pesar, vemos en ellos nuestros
pequeños defectos reflejados. Pues bien, nuestros científicos no
iban a ser menos y, parece ser, que el espíritu experimentados del
gran Galileo Galilei le viene como herencia de su padre, Vicenzo
Galilei.
Vicenzo Gallilei odiaba a
los matemáticos, a pesar de ser uno de ellos y, muy bueno por
cierto. Sin embargo, ante todo era músico, un interprete de laúd
muy laureado en la Florencia del siglo XVI. En la década de 1580
dedicó sus esfuerzos a mejorar la teoría musical que consideraba
deficiente y la culpa, según él decía, era de Pitágoras. Los
pitagóricos sostenían que las consonancias perfectas eran los
intervalos de la escala musical que se pueden expresar como razones
de los números 1, 2, 3 y 4, que sumados dan 10, el número perfecto
según la concepción pitagórica del mundo.
Vicenzo Galileo pensaba
que los pitagóricos debieron de tener un oído colectivo de hormigón
armado ya que su teoría musical de la consonancia no sonaba nada
bien. Decidió entonces probar lo que sostenía mediante un método
revolucionario en aquel tiempo: la experimentación.
El principal seguidor de
los experimentos de su padre fue nuestro querido Galileo, que no
perdió detalle y que asimiló del todo las palabras de su padre:
“Olvídate de esas teorías con números estúpidos. Escucha lo que
tus oídos te digan. ¡Que no tenga que oír nunca que quiere ser
matemático!”
Galileo tomó buena nota
de las recomendaciones de su padre en lo referente a usar los
sentidos, aunque ignoró ligeramente sus indicaciones sobre huir de
las matemáticas. Pero, por mucho que amase el razonamiento
matemático, lo subordinó a la observación y la medición. De su
hábil mezcla de una cosa y la otra se dice que supuso el verdadero
comienzo del “método científico”.
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